domingo, 26 de octubre de 2014
viernes, 3 de octubre de 2014
"Luchando con el orgullo".
“Luchando con el orgullo”
Estuve alejada de mi padre por mucho tiempo.
Mi orgullo no me permitía reconocer que él era un ser tan
falible como yo, y que el padre ideal que yo pretendía tener, era sólo producto
de un corazón egoísta, incapaz de perdonar.
Tuve serias dificultades al admitir que yo tenía un
problema de desafecto, a pesar de ello, él estuvo presente en diferentes
etapas de mi vida cuando regresó a
nuestro país, y de una manera u otra, él pedía perdón sin palabras.
Cuando él enfermó gravemente, me di cuenta que la vida era
muy efímera y que mi alejamiento emocional, era una excusa para no demostrar el
amor que aún estaba latente.
Un día mientras le brindaba algunos cuidados, me pidió que
lavara los pies. Mientras lo hacía, mi alma lloraba. Mi padre ni siquiera se
dio cuenta de lo que ocurría. Me fui a un rincón a llorar la transformación que
estaba surgiendo en mi corazón.
Mi pasado volvió con fuerza y releí la realidad de manera
distinta, mientras el Espíritu Santo hacía su obra en mi memoria. Entendí lo
que Dios estaba enseñándome:
A ser humilde, a bajar mi altivez y a honrar a mi padre
cualquiera que hubiera sido su conducta.
Mi orgullo tuvo que ceder y darle cabida al amor de hija en
toda su expresión.
Resolví los cuestionamientos del pasado, desahogué la
incertidumbre que me provocaba el futuro y volví a ser la hija de mi padre.
Con frecuencia veo sus lágrimas escabulléndose al recordar
su tiempo mejor y solo puedo agradecer el tiempo que resta para brindarle lo
mejor que pueda, porque el Señor se agrada de un corazón humilde y alegre
dispuesta siempre a dar.
Puedo decirle siempre que lo amo y beso su rostro, como
cuando era una niña, la preferida de su padre.
Quisiera detenerme aquí y aplicarlo a nuestras vidas:
La arrogancia, la conducta malvada y lengua perversa son
actitudes insolentes frente a la Santidad de Dios.
Así que ser orgullosos y tener odio con nuestros
semejantes, ya sea que sean parientes, padres, hermanos, amigos, inclusive
hacia su esposo, (odios escondidos), es un pecado que ofende a Dios.
Nos olvidamos que Dios ve hasta lo más íntimo de nuestras
intenciones y si caminamos como si no nos afectara en lo más mínimo, le
advierto:
Aún está ahí, “latente”…
Dice en Efesios 4:17-18
Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis
como los otros gentiles, que andan en la
vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia
que en ellos hay, por la dureza de su
corazón;
Por eso, como ya hemos sido redimidos por la sangre de
Cristo, el Odiar, aborrecer, detestar, o enemistarse, es una emoción que no
puede ocupar lugar en nuestra mente y corazón, porque al transcender se
convierte en una acción continua que va de menos a más, como la lava ardiente,
que va quemando todo a su paso, y cuando para, solo quedan cenizas.
Si usted está bajo estas circunstancias y emociones le
insto a cambiar de actitud, arrepintiéndose, en una oración sincera a los pies
de Cristo para evitar la dura lección que Dios nos puede enseñar.
Sirviendo humildemente a Cristo
Su hermana en la fe…
Verónica
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