Sentada en la
parada del autobús, después de un día
agobiante, meditaba; mientras el viento que corría por la avenida, aliviaba el
calor del día, que increíblemente llegaba a los 37 grados. Preocupada, observaba la vista de la cordillera ausente del verdor de la Primavera, más la visión
esperanzadora de que nuestro buen Dios, traería suficiente lluvia para hacer
crecer la hierba y los árboles frutales para una nueva temporada, me alentaba.
Pensaba también, en el arduo trabajo que tenemos los
cristianos para permanecer en la fe, que si desfallecemos en momentos profundos
de tristeza o de soledad, enajenados en nuestra auto-compasión, podemos tomar
malas decisiones e irnos al desierto de la vida, perdiéndonos de las bondades
de dar buen fruto al servicio del Señor, secando las esperanzas de una vida
plena, asidos de su palabra.
Se me llenaron los ojos de lágrimas en la soledad de
aquella parada de autobús, no había nadie en derredor y le rogaba al Padre que
nunca me dejara apartarme de su lado, que si bien estoy envejeciendo, mi
memoria nunca olvide que soy de Él, que dedique el tiempo que resta en mejorar
en todo lo que él me diera, para colaborar en su obra.
Abramos ahora la Palabra de Dios, en el evangelio de Juan capítulo 15 del versículo 1 al 5 ...
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva
Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas la poda y la limpia, para que
dé más.
Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho.
Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no
puede dar uvas de sí misma,
Sino está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden
dar fruto sino permanecen unidos a mí.
Yo soy la vid, ustedes son las ramas. El que permanece unido
a mí, yo unido a él, da mucho fruto.
Pues sin mí no pueden ustedes hacer nada.
Al leer estos versículos recordaba una viña que desde niña
observaba con atención al pasar (cerca de la ruta que nos lleva a la iglesia) y
que siempre estaba llena de frutos, “uvas” descolgándose de los pámpanos que
daban ganas de bajarse del autobús, saltar la cerca y desenganchar algunos
preciosos racimos, pero ahora la he visto sin producción.
Quizás su dueño no querrá usarlo o querrá vender el
terreno porque ya no tiene interés de seguir plantando vides. Esto, me dejaba
pensando que como cristianos a veces, somos estériles en la producción de
frutos internos y externos para Dios, porque no estamos arraigados lo
suficiente del tronco, que es nuestro Señor Jesús.
Sé que el tronco se ve leñoso, frágil y curvado, sin aspecto
de belleza alguna, y que de esa misma forma era nuestro Señor Jesús, en su
pobreza externa, más para el servicio de los miles de personas que le seguían, de
su interior manaba vida, que cualquier alma seca, sedienta, sin frutos, podían
y pueden hoy, beber de esta agua, desde la tierra misma, porque Él es que
conduce estos elementos vitales a través de su
tronco, para nutrir al sarmiento y
guiar los zarcillos para asirse fuertemente a los enrejados, y así producir esta inflorescencia
en cientos o miles de frutos porque el “Padre Celestial” cuida de este predio,
en donde está la viña que Cristo pagó con su sangre en la cruz.
Algo que he estado aprendiendo mientras escribía este
artículo, era que los pámpanos nuevos crecen en forma inclinada, en dirección
al suelo, y de hecho se arrastran por él y pierden de realizar el proceso de la
fotosíntesis por falta de luz solar, y cuando viene la lluvia se embarran, se
llenan de moho y se enferman y para que ello no ocurra he aquí el detalle que no puede faltar en la
vida del cristiano y es:
“El Labrador” que es nuestro "Padre Celestial"
quien todos los días
de nuestra vida, se levanta muy temprano a revisar la viña, recorriendo una a
una las vides, llevando en sus manos una tinaja de agua, para levantar y
lavar
las hojas llenas de lodo, y las vuelve a enredar y atar en el enrejado, para que
reciba la luz del sol y para que circule muy bien el aire, para la producción
de mayor fruto.
Cuando damos fruto, como pámpanos amados y precioso tesoro del
Señor, Dios nos vuelve a podar y limpiar en nuestras áreas más renegadas, para que volvamos a dar
hermosos frutos internos y externos para su gloria.
A la luz de esta verdad quisiera preguntarle:
¿Cómo está usted en
su calidad de pámpano?
¿Cómo está su producción?
¿Qué recogerá el Señor de la canasta de su vida?
¿Mucho o poco fruto?
¿Está procurando que él le limpie cada día?
Si no es, así le invito a inclinar el pámpano de su
corazón y permita que él le pode las áreas más negras y oscuras de moho, esas
que no le permiten crecer, que no le permiten ver la luz de Su Palabra, deje que
Dios le levante y lave a través de la sangre de Cristo, para que usted siga
expandiéndose, creciendo a la luz de su verdad, respirando el aire de la libertad
de saberse perdonado y alentado a abundar en frutos de alegría externa e
interna para su honra y gloria.
¡Sean muy Bendecidas!
Su Servidora en Cristo
Verónica
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